Lo que nos define como especie es nuestra ingenuidad. El valor que atribuimos a esta característica ha determinado incluso el nombre que nos hemos puesto: homo sapiens, y ha posibilitado nuestro desarrollo.
Francis Bacon dijo que “el saber es poder” y, ciertamente, el saber nos ha convertido en el animal más poderoso del planeta. Nos ha permitido evolucionar desde los grupos de cazadores recolectores, pequeños y aislados, que poblaban la tierra hace 10.000 años, hasta la comunidad global e interconectada, constituida por compiladores de información, en la que actualmente más de 3.000 millones de seres humanos vivimos unidos mediante teléfonos celulares y casi 1.500 millones mediante Internet.
A medida que ha ido aumentando nuestra dependencia de la tecnología para protegernos, divertirnos, alimentarnos y cuidar de nosotros, ha ido aumentando también el valor de la innovación y la creatividad que la hacen posible.
La creciente interdependencia de nuestras sociedades ha hecho, además, que la innovación y la creatividad se conviertan en un valor internacional universalmente reconocido, una forma de moneda común. Una moneda que proporciona múltiples ventajas, no solamente en sí misma (las ventajas de disponer de imágenes médicas o de música de extraordinaria calidad) sino también por los beneficios que puede generar. Así, el sistema de P.I. es una fórmula hallada casi de forma natural, en los países y entre ellos, para fomentar el desarrollo de esa moneda, gestionarla y protegerla.
Con el rápido ritmo de la evolución tecnológica y el papel cada vez más importante que desempeña en el bienestar económico y social, se está intensificando y ampliando la atención que se dedica al sistema de P.I. Por ello, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), principal foro intergubernamental en las actividades de P.I., ocupa ahora una posición central tras muchos años de relativo anonimato.
La OMPI lleva la iniciativa en las siguientes actividades:
La velocidad y el ritmo constante en que evoluciona la tecnología sorprende incluso a los expertos: desde Lord Kelvin, Presidente de la Royal Society en 1895 (“Nada creado por el hombre y más pesado que el aire puede volar”), pasando por el que fuera Presidente de IBM en 1943 (“Creo que hay mercado para unas cinco computadoras en todo el mundo”) y hasta Bill Gates en 1981 (“640 K serán suficientes para cualquiera”).
Mediante el sistema de patentes se captura y salvaguarda este organismo en constante expansión que constituye el conocimiento tecnológico, creando un recurso de inmenso valor tanto real como potencial.