22 de febrero de 2022
Theresa Secord es una conocida cestera y empresaria penobscot del estado de Maine, en los Estados Unidos de América. Nacida en 1958, comenzó su andadura en la cestería hace más de 30 años como aprendiz de la difunta Madeline Tomer Shay, una mujer mayor de la tribu penobscot. Sus cestas se comercializan con la marca Wikepi Baskets.
Theresa se reunió con nosotros para hablar de la historia de la cestería de las tribus penobscot y passamaquoddy, dos de los pueblos indígenas del estado, y de la evolución de la cestería de la región desde que ayudó a fundar la Maine Indian Basketmakers Alliance en 1993. Asimismo, mencionó la importancia de la propiedad intelectual en la protección de las expresiones culturales tradicionales y nos puso al día sobre el desarrollo de su proyecto en el marco del Programa de la OMPI de formación, mentoría y establecimiento de contactos en materia de propiedad intelectual para emprendedoras de pueblos indígenas y comunidades locales.
Los penobscot y los passamaquoddy son pueblos indígenas de la región de los bosques del noreste de América del Norte. Inicialmente, los passamaquoddy vivían en las zonas costeras y orientales de Maine, y se extendían hasta el Canadá, mientras que los penobscot vivían principalmente en torno al río Penobscot, el río con la mayor cuenca hidrográfica del estado. Debido a los numerosos matrimonios mixtos, la mayoría de nosotros tenemos algo de penobscot y de passamaquoddy. En 1980, las dos tribus formaron parte de un acuerdo sobre reivindicaciones territoriales indígenas en el estado de Maine. El acuerdo marcó el inicio de un éxodo hacia las reservas debido al auge de los empleos para juristas, guardabosques o geólogos como yo.
Las cestas que se llevan a la espalda para cazar o que se colocan en la proa de las canoas de corteza de abedul para pescar todavía se fabrican, pero en los últimos 200 años también hemos fabricado y vendido las llamadas cestas “decorativas”. Hay constancia de que cuando en el siglo XIX veraneaban en Maine familias adineradas de Nueva York y Boston, como los Rockefeller, los Carnegie y los Roosevelt, había también allí miembros de nuestras tribus que vendían cestas. Los llamados diseños victorianos evolucionaron cuando se empezaron a fabricar cestas adaptadas a los gustos de esos turistas. Una muestra de los diseños de la época puede verse en la fotografía de 1953 en la que aparece mi bisabuela vendiendo sus cestas.
Siempre me atrajo la cestería. Para hacer las cestas, utilizamos fresno y hierba de búfalo. Los hombres salen en busca de fresno como si se tratara de cazar un alce o un ciervo, porque es primordial encontrar árboles que proporcionen buenas tablillas de madera. El otro material, la hierba dulce, crece en la costa. Recuerdo el olor a hierba de búfalo en la casa de mi bisabuela. Pero mi generación no creció en la reserva. Hasta que no terminé mis estudios universitarios, en 1984, no me fui a vivir y a trabajar allí. Una vez en la reserva, empecé a estudiar la lengua penobscot y conocí a la difunta Madeline Tomer Shay, una mujer mayor de la tribu penobscot que fue mi profesora de cestería.
Fui su aprendiz durante cinco años. Por aquel entonces, era una de las pocas aprendices de todo el estado. Me di cuenta de que, si no se hacía algo, en poco tiempo quedarían pocas personas dedicadas a la cestería, si es que quedaba alguna. A través de un amigo, que era en aquel momento folclorista del estado, me enteré de que había otras personas tejedoras en las otras tribus, que también estaban muy preocupadas porque se perdiera la tradición, debido a que no había suficiente gente interesada en aprender a tejer, a que la madera de fresno era cada vez más escasa y a que las cestas se vendían a precios demasiado bajos para poder ganarse la vida. Así que, en 1993, con la ayuda de mi profesora de cestería y otros cesteros, fundamos la Maine Indian Basketmakers Alliance, que dirigí durante 21 años.
El objetivo de esta organización sin ánimo de lucro era evitar que nuestras cestas de fresno y hierba de búfalo acabaran desapareciendo, pero durante los primeros 10 años no parecía que estuviésemos consiguiendo grandes resultados. Por entonces, nuestras cestas estaban infravaloradas y la edad media de nuestros cesteros era de 63 años. Cada año perdíamos gente por su avanzada edad, y los cesteros de esta nueva generación, que tienen entre 30 y 40 años, eran entonces solo niños. Con el tiempo, conseguimos que la edad media de los ahora 125 cesteros bajara de 63 a 40 años, pero hicieron falta nada menos que 10 años de programas de mentoría y talleres para formar una nueva generación de cesteros y ayudarlos a tener éxito. Parte de nuestro plan también incluía la realización de actividades de marketing estratégicas con objetivos concretos a fin de garantizar que se conocieran nuestras cestas: escribimos artículos en revistas de arte e incluso abrimos nuestra propia galería de venta al por menor. Venían coleccionistas de lugares tan lejanos como Arizona, California y Texas para comprar nuestras cestas. Además, enviamos a jóvenes cesteros al oeste para que participaran en los grandes mercados de arte indígena americano, donde pudieron optar a premios y vender sus cestas. Dedicamos mucho tiempo al marketing, y con los años dio sus frutos.
Nuestro trabajo ha dado lugar a una extraordinaria generación de cesteros, como la artista penobscot Sarah Sockbeson y el artista passamaquoddy Jeremy Frey, entre otros. Jeremy es uno de los cesteros más reconocidos de América del Norte. Ganó el primer premio del Mercado Indígena de Santa Fe hace 10 años. En ese mercado se celebra el concurso de arte indígena más importante del mundo; por primera vez en 90 años se ganaba el primer premio con una cesta. Algunas de sus obras únicas, de muy alto nivel artístico y con diseños complejos y modernos, se venden por un precio de entre 25.000 y 35.000 dólares de los Estados Unidos. La situación ha cambiado mucho desde que fundamos la organización porque, aunque entonces teníamos muy buenos cesteros, el precio de venta más alto que conseguimos fue de 80 dólares de los Estados Unidos.
Yo formo parte de la vieja guardia que sigue intentando hacer cestas tradicionales. Si mira la foto de mi bisabuela, se dará cuenta de que muchas de las formas y los diseños de mis cestas tienen un estilo más tradicional, que es el estilo de mi familia. He heredado de mi bisabuela los moldes y las herramientas de madera antiguos con los que se hicieron todas sus cestas. Los diseños de su padre, del siglo XIX, incluidos los de las cestas de barril, las cestas planas de hierba de búfalo y las cajas para pañuelos, se fueron transmitiendo hasta llegar a mí. Sin embargo, la nueva generación tomó su propio camino y modificó las formas artísticas para mejor. En una ocasión, Jeremy me contó que se le ocurrían diseños tan complejos que no sabía cómo llevarlos a cabo, pero que en un plazo de dos años los tenía resueltos. Es todo un ejercicio técnico el que hace.
Buena pregunta. Ya tengo una situación estable, y mi nombre se conoce. Ahora que se demandan mis obras es mucho más fácil. Yo diría que cuando estaba empezando como cestera, me costó mucho trabajo llegar a ser reconocida. Por entonces, mis hijos eran pequeños y yo dirigía la Alliance, por lo que me resultaba difícil consolidar mi carrera artística. Ahora tengo más tiempo para mi trabajo artístico y, en particular, para explorar y expresarme con libertad.
Wikepi en nuestra lengua significa “madera de fresno”. También significa “tejedor”. Además, Wikepi es el nombre indio que me puso una anciana cuando yo tenía 40 años. Por aquel entonces, acabábamos de fundar la Maine Basket Makers Alliance, y una anciana empezó a llamarme Wikepi, porque, según me explicó, yo “era la que, como una tejedora de fresno, unía a todo el mundo”. Me sentí tan halagada que Wikepi Baskets ha sido el nombre de mi empresa por muchos años.
Mi proyecto se divide en dos partes: por un lado, incluía la visita a museos locales para documentar los distintos tejidos tradicionales de las tribus penobscot y passamaquoddy. Sin embargo, debido a la pandemia, los museos que quería visitar han permanecido cerrados durante largos periodos, y muchos de ellos tienen solo una mínima parte de sus colecciones disponibles para su consulta a través de Internet. Así que he estado reuniendo información de la literatura al respecto, pero no creo que pueda ofrecer toda la descripción técnica que me hubiese gustado. Por otro lado, el proyecto incluía el desarrollo de un logotipo —que fuera representativo de nuestra cultura y de nuestra cestería— y su registro como marca. Gracias al apoyo de la Asociación Internacional de Marcas (INTA), que colabora en la ejecución del Programa de la OMPI, en septiembre de 2021 pude presentar dos solicitudes de marca: una para mi marca Wikepi Baskets y otra para mi logotipo.
Creo que es importante que nuestras comunidades traten de proteger nuestras expresiones culturales tradicionales, así como de aprender más sobre cómo podemos protegerlas. Por eso fui a Ginebra, para aprender, con la esperanza de ser una buena representante. Durante la pandemia, he tratado de pasar todo el tiempo posible con mi hijo mayor, Caleb, que ahora tiene 30 años, porque, aunque lleva tejiendo desde los 5 años, quiero asegurarme de que, en caso de que me pase algo, pueda ganarse la vida como cestero por su cuenta. Los amigos de The Seventh Generation Fund hemos adoptado el lema “¿Cómo puedo ser un buen antepasado?”, que ha sido el eje de mi filosofía este último año, en el que he tratado de modelar un sentido de responsabilidad cultural basado en la continuidad, pese a que los tiempos que corren son complicados.