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Agregar valor a los productos tradicionales de Chile con el Sello de Origen

Junio de 2016

Por María Catalina Olivos y Francisco Carrasco, Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INAPI), Chile

Chile es un país muy rico y diverso desde el punto de vista climático, geográfico y cultural.  En su territorio conviven el desierto más árido del mundo, el desierto de Atacama, al norte, y fértiles praderas al sur.  Una multitud de valles exuberantes brotan en el centro del país, entre los 4.300 kilómetros de costa bañados por el océano Pacífico y las cumbres nevadas de la cordillera de los Andes.  Más allá de la tierra firme, el territorio de Chile se extiende a sus archipiélagos y a la Antártica, abarcando tres continentes al mismo tiempo.

Este paisaje único, con sus asombrosos recursos naturales, se ha convertido en el hogar de más de 17 millones de personas, que con el paso del tiempo han forjado variadas expresiones culturales que se han convertido en valiosos patrimonios de identidad y que distinguen las tradiciones de cada una de sus comunidades.

Agregar valor a los productos tradicionales

Con el programa Sello de Origen, el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INAPI) pretende incrementar la producción, así como promover y agregar valor a sus múltiples productos de gran calidad basados en su lugar de origen.  Hasta la fecha, 21 productos chilenos han obtenido protección por conducto de este programa.  Entre ellos, destacan la sal de Cáhuil, Boyeruca y Lo Valdivia y los tomates limachinos (foto: Agencia Uno - Imagen de Chile).

En julio de 2012, el Ministerio de Economía, Fomento y Turismo y el INAPI se propusieron promover los numerosos productos de gran calidad elaborados por estas comunidades así como preservar las tradiciones locales de manufactura y agregarles valor.  Con este fin crearon el programa Sello de Origen.

Esta iniciativa complementa los esfuerzos de larga data del Ministerio de Agricultura por proteger y fortalecer el valor de los vinos y bebidas espirituosas de gran calidad de Chile. 

El propósito del programa es promover y proteger productos tradicionales singulares mediante la concesión de derechos exclusivos de propiedad intelectual.  El Sello de Origen, en sí, es una marca de certificación creada para agrupar una amplia gama de productos tradicionales chilenos y hacerlos así más fácilmente reconocibles en el mercado.  Sin embargo, cada producto certificado con el Sello de Origen está también protegido de forma individual por uno de los cuatro tipos de derechos de propiedad intelectual que se utilizan para proteger los signos distintivos, a saber: denominaciones de origen, indicaciones geográficas, marcas colectivas y marcas de certificación

“El Sello de Origen busca en primer lugar que el consumidor reconozca de manera fácil y clara los productos que se han reconocido por ser únicos, de una determinada calidad y que gozan de una alta vinculación local”, explica Maximiliano Santa Cruz, Director General del INAPI.  “El cliente cada día asigna un mayor valor al origen y a la forma de elaboración del producto que está consumiendo y gracias al Sello de Origen esa vinculación se hace cada vez más sencilla.  Los consumidores prestan más atención a estos productos y la demanda aumenta, lo que ayuda a promover nuestras industrial locales”.

El programa permite organizar y reunir a los productores para proteger sus productos basados en el lugar de origen, de forma que ayuda a crear cadenas de valor y nuevos modelos empresariales que permiten hacer que los productos tradicionales chilenos sean más competitivos y estén mejor protegidos frente a la competencia desleal.  Con el Sello de Origen aplicado a sus productos, es más fácil que los productores emprendan acciones legales en caso de que se produzca un uso indebido.  El Sello de Origen les confiere una protección adicional además de la que se les concede con el registro nacional de indicaciones geográficas o denominaciones de origen.  “Estamos convencidos de que la concesión de derechos exclusivos posibilita que los titulares rentabilicen la inversión en los productos, porque les permite evitar que quienes no están autorizados utilicen los productos protegidos”, asegura el Sr. Santa Cruz.

Encontrar productos con potencial de protección

Al recorrer Chile en toda su extensión, se percibe un notorio cambio de sabores, aromas, costumbres y actividades propias de la identidad local de cada comunidad.  Abundan los ejemplos.  De la artesanía sureña de Quinchamalí, la inconfundible alfarería color negro azabache, transitamos al colorido y a la perfección de las líneas de los complejos tejidos de las mantas y los capotes chamantos de Doñihue, que engalanan a los rancheros huasos de la zona central de O’Higgins.  En el camino nos encontramos con las aromáticas y sabrosas aceitunas del Valle de Azapa y los deliciosos limones de Pica.  Y para vivir una experiencia realmente distinta para el paladar, no hay que olvidar la degustación del tradicional dulce de La Ligua, pastas tradicionales horneadas por los panaderos de la región de Valparaíso, o el atún de Isla de Pascua, que ofrece un sabor diferente debido a la temperatura, la pureza y la riqueza alimentaria de las aguas de esa zona.

Amén de estos ejemplos, la lista de productos agropecuarios y artesanales chilenos que podrían protegerse mediante el programa Sello de Origen es generosa.  Sin embargo, en la fase inicial, por motivos prácticos y para hacer arrancar la iniciativa, fue necesario seleccionar solamente unos cuantos para concederles la protección.

En una primera etapa, el INAPI celebró amplias consultas con actores clave con el propósito de determinar cuáles eran los mejores candidatos para el proyecto.  Fue así como se invitó a representantes de las 15 regiones del país a presentar una selección de productos tradicionales de sus zonas respectivas.  En total, se consideró que 52 de aquellos productos eran susceptibles de gozar de protección mediante derechos de propiedad intelectual.

Posteriormente se inició una segunda etapa de licitaciones para la realización de los estudios técnicos necesarios que acreditaran el vínculo entre las características distintivas del producto y su lugar de origen.  Esos estudios, junto al mapa que delimita de forma precisa la zona geográfica reivindicada y el reglamento de uso y control pertinente, fueron determinantes para poder solicitar al INAPI la denominación de origen, la indicación geográfica o la marca de certificación o colectiva pertinentes.

Todo el proceso contó con el apoyo de miembros del sector privado, como la Fundación Hacer Chile, que se encarga de apoyar a asociaciones de todo el país que desean presentar solicitudes de indicaciones geográficas, denominaciones de origen, marcas colectivas o marcas de certificación. 

El éxito de la sal de Cáhuil, Boyeruca y Lo Valdivia

Uno de los éxitos del programa fue la obtención en 2013 de la condición de denominación de origen para la sal de Cáhuil, Boyecura y Lo Valdivia.

Cáhuil, Boyeruca y Lo Valdivia son tres localidades de la región de O’Higgins, en la costa de la zona central de Chile.  Esta es una zona conocida por su producción de sal de mar, tradición que perdura desde hace 450 años. 

Hay quien afirma que la actividad extractiva en esta región comienza con la llegada de los españoles, si bien otros sostienen que los indígenas ya producían sal para su propio consumo antes de que llegaran los europeos.  Sea como fuere, los colonizadores vieron en la sal una excelente forma para conservar los alimentos; un bien escaso, que paulatinamente fueron extrayendo y comercializando con otras regiones.  La forma de producción sigue siendo la misma, es decir, se utilizan las mismas pozas naturales que antaño, en las que se mezcla el agua de mar y el agua dulce, en las que la sal se precipita naturalmente, y se emplean las mismas palas de madera y las mismas estructuras para dividir las pozas.

En 2013, la sal de Cáhuil, Boyeruca y Lo Valdivia obtuvo la denominación de origen en el marco del programa Sello de Origen.  Gracias al programa, los productores de esta sal de calidad gourmet empiezan a obtener mejores rendimientos y a vislumbrar un futuro mejor (foto: Agencia Uno - Imagen de Chile).

Durante generaciones, la zona ha vivido de la comercialización de la sal.  Ahora bien, en los últimos tiempos y hasta el año 2011, el principal volumen de venta se hacía a granel y habitualmente se destinaba a las empresas mineras, que la utilizaban para echar sal sobre los caminos cubiertos de nieve.  Los precios empezaron a bajar (el saco de 50 kilos llegó a venderse a 4 dólares de los Estados Unidos), de modo que ni siquiera cubrían los costos mínimos de la extracción.  Muchos jóvenes tuvieron que renunciar a continuar con el oficio de sus padres y abuelos.  Por aquel entonces, el salinero más longevo tenía 80 años, mientras que el más joven superaba los 45, así que el relevo generacional parecía improbable.

Sin embargo, gracias al Sello de Origen, la extracción de sal está reviviendo.  Los productores perciben mejores rendimientos a medida que crecen sus expectativas comerciales.

Las cosas comenzaron a mejorar cuando la asociación comercial que los representa accedió a fondos para construir una planta de procesamiento, que si bien no forma parte de las etapas extractivas más importantes desde el punto de vista histórico-cultural, permite almacenar la sal adecuadamente.

En la actualidad el producto es reconocido como de calidad gourmet y su valor en el mercado ha crecido exponencialmente.

“Los productores de sal de Cáhuil, Boyeruca y Lo Valdivia han comprendido que lo que han puesto en el mercado es un producto con características distintivas, de calidad única y fuertes raíces históricas, estrechamente asociado a un territorio en particular.  Todo esto es muy valorado por el consumidor y el Sello de Origen ha permitido que todas esas características sean reconocibles y visibles.  En 2015 realizaron sus primeras dos exportaciones e ingresaron en las cadenas de supermercados más grandes de Chile. Ese acontecimiento se celebró por todo lo alto”, recuerda Maximiliano Santa Cruz.

Hoy en día, los salineros tienen previsto desarrollar un polo de atracción turística en la zona para sacar provecho de sus actividades extractivas tradicionales.  De esta forma buscan motivar a las nuevas generaciones para que participen y ayuden a que esta actividad perdure en el tiempo.

Posicionamiento del Sello de Origen

Hasta la fecha, el INAPI ha reconocido 21 productos a través del programa Sello de Origen.  Junto con la concesión de derechos de propiedad intelectual, se ha generado una estrecha relación con las comunidades beneficiarias, con el objetivo de orientarlas para que utilicen correctamente las indicaciones geográficas, las denominaciones de origen y las marcas.

Cuatro años después de su lanzamiento, el día 2 de septiembre de 2015, la Presidenta de la República de Chile, Michelle Bachelet, presentó la nueva imagen del Sello de Origen, que fue elaborada en un trabajo conjunto entre la Fundación Imagen de Chile y el INAPI, con el fin de fortalecer y otorgar mayor visibilidad a la marca.  “La nueva imagen es un reflejo de la dedicación y el cuidado que ponen los productores chilenos en su trabajo y es un instrumento para perpetuar las tradiciones y la calidad de los productos”, manifestó Michelle Bachelet durante el evento.

La campaña incluye letreros de señalización que distinguen aquellas zonas que cuentan con productos que han obtenido el Sello de Origen.  El propósito es atraer a los turistas a las zonas de producción y otorgar mayor valor al trabajo de las comunidades locales.

Además, el INAPI ha impulsado la participación de los productores en las ferias gastronómicas más importantes del país, donde se han materializado importantes oportunidades comerciales para los beneficiarios, consolidando el Sello de Origen como una herramienta clave para el rescate de productos tradicionales de Chile.

Hasta la fecha, 21 productos han obtenido la protección del programa Sello de Origen:

Indicaciones geográficas

  • Limón de Pica (2010)
  • Langosta de Juan Fernández (2011)
  • Atún de Isla de Pascua (2012)
  • Cangrejo Dorado de Juan Fernández (2012)
  • Dulces de La Ligua (2014)
  • Cordero Chilote (2015)
  • Maíz lluteño (2015)
  • Sandía de Paine (2016)

Denominaciones de origen

  • Sal de Cáhuil, Boyeruca y Lo Valdivia (2013)
  • Alfarería de Pomaire (2013)
  • Chamantos y mantas corraleras de Doñihue (2014)
  • Alfarería Quinchamalí (2014)
  • Prosciutto de Capitán Pastene (2015)

Marcas de certificación

  • Uva de mesa, Fresh Atacama (2012)
  • Sistemas Ingeniosos de Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM) Chiloé (2013)
  • Calidad Aysén, Patagonia, Chile (2014)
  • Sabor limachino (tomates) (2015)
  • Manos de Isla Negra (bordados) (2015)
  • Joya Negra del Pacífico (coral) (2016)

Marcas colectivas

  • Sandía Corazón de Paine (2014)
    (Nota: La indicación geográfica Sandía de Paine, primero obtuvo la marca colectiva Corazón de Paine, que le permitió avanzar en el fortalecimiento de los instrumentos técnicos que permitieran acreditar la vinculación entre el producto, su reputación y su lugar de procedencia; así como también perfeccionar el reglamento de uso y control.)
  • Viñedos Casa Blanca Route (2016)
  • Cerveza Valdiviana, Región de los Ríos (2016)

El propósito de OMPI Revista es fomentar los conocimientos del público respecto de la propiedad intelectual y la labor que realiza la OMPI, y no constituye un documento oficial de la Organización. Las denominaciones empleadas en esta publicación y la forma en que aparecen presentados los datos que contiene no entrañan, de parte de la OMPI, juicio alguno sobre la condición jurídica de ninguno de los países, territorios o zonas citados o de sus autoridades, ni respecto de la delimitación de sus fronteras o límites. La presente publicación no refleja el punto de vista de los Estados miembros ni el de la Secretaría de la OMPI. Cualquier mención de empresas o productos concretos no implica en ningún caso que la OMPI los apruebe o recomiende con respecto a otros de naturaleza similar que no se mencionen.