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El lago de Ginebra, escenario de la Escuela de Verano de Propiedad Intelectual

Septiembre de 2005

El sol irrumpe por las ventanas de la sala en la que se reúne un animado grupo de jóvenes profesionales y estudiantes. Se trata de abogados de marcas procedentes de países de Europa del Este, graduados en ciencias de países africanos y de Australia, un economista ruso, un especialista en medicina tradicional china, un ejecutivo chileno en la esfera de las telecomunicaciones y estudiantes que están haciendo un doctorado de Derecho y que proceden de Egipto, Kenya y Kazajstán.

37 jóvenes prometedores que cursaron una solicitud para dedicar el verano de 2005 a un estudio intensivo de la propiedad intelectual en la Escuela de Verano de la Academia Mundial de la OMPI en Ginebra.

Durante cuatro semanas han vivido, o por lo menos es lo que cuentan, a base de P.I. y de chocolates suizos. Han asistido a conferencias de expertos de la OMPI, realizado intensas investigaciones sobre temas específicos, presentado los resultados de sus estudios y charlado, con frecuencia hasta altas horas de la noche.

La redacción de la Revista de la OMPI habló con los estudiantes, agotados pero todavía en plena ebullición, el último día del curso, para saber qué les había parecido la experiencia.
El grupo fue unánime en cuanto a la oportunidad que ofrece la Escuela de Verano de aprender, no sólo gracias a los expertos de la OMPI, sino, lo que quizás sea lo más importante, unos de otros. Al comparar experiencias y debatir cuestiones de P.I. entre sí han podido ir más allá de las conferencias para conocer las prácticas de P.I. de distintos países, que varían de un caso a otro y, como dijo un estudiante, “para comprender sencillamente por qué es tan difícil la armonización”.

“Hemos aprendido y nos hemos reído mucho”, dice María Gómez, de Venezuela, que ha instado a la Academia a considerar la posibilidad de organizar escuelas de verano similares en español en América Latina o en África a fin de que esa oportunidad quede al alcance de un mayor número de personas.

A su vez, Adam Flynn atravesó el mundo desde Australia para cumplir su sueño de hace varios años de participar en la Escuela de Verano. “Estar con compañeros de países en desarrollo y países desarrollados, del viejo y el nuevo mundo, me ha hecho adquirir una óptica distinta de lo que es la propiedad intelectual”, observa, refiriéndose con entusiasmo también a las ponencias presentadas por oradores invitados de la Oficina de Propiedad Intelectual de Suiza y de la OMC, que para él han sido particularmente instructivas. Adam participó a fondo en los proyectos de investigación y le hubiera gustado profundizar en los mismos.

Alexandra Zachman, estudiante suiza de Derecho lamenta también eso mismo. “Es como si nos hubiéramos quedado en la superficie”, observa, añadiendo: “se han quedado cuestiones en el tintero en las que deseo realmente profundizar”.

Ensanchar horizontes

Varios participantes dijeron que lo que les indujo a solicitar una plaza en el curso fue la posibilidad de ensanchar horizontes. Galateia Kapellakou, abogada griega de patentes, observó que ahora tiene ganas de ir más allá de las patentes para estudiar otras esferas de la P.I., como el derecho de autor y las obtenciones vegetales. A su vez, Deepa Vohra, de la India, nos cuenta hasta qué punto tenía la impresión de haberse quedado estancada y no avanzar en su trabajo de abogada de marcas. “Hoy tengo la impresión de ver las cosas de otra manera”, dice Deepa, añadiendo que acaba de recibir una oferta para un puesto en la enseñanza. Aspira a promover una mayor toma de conciencia sobre la P.I. en sus nuevas funciones y tiene previsto recurrir a la OMPI para que le proporcione material de información.

La posibilidad de que todos los participantes actúen como futuros “embajadores de la P.I.”, que promuevan una sensibilización acerca de la importancia de la P.I., se ha planteado una y otra vez. “Podremos utilizar los instrumentos que ha puesto a disposición la OMPI para organizar seminarios, por ejemplo, en colaboración con las cámaras de comercio de nuestros países, dice Rosa Castro, licenciada en Derecho y ciencias económicas en Venezuela. A ella se suma Thomas Roy Kadichini, abogado de patentes que ya ha realizado charlas sobre la P.I. en escuelas, poniendo de relieve la importancia de las actividades de sensibilización del público.

Varios de los participantes tenían ya años de experiencia profesional académica en la esfera de la P.I., algunos de ellos en un campo específico. Para los demás, el mundo de la P.I. era relativamente nuevo. Aunque la finalidad del curso es que los participantes obtengan un nivel de conocimientos por lo menos asimilable al que se adquiere con el curso de enseñanza a distancia que ofrece gratuitamente la Academia, a saber, el Curso General sobre Propiedad Intelectual, más conocido por la sigla DL 101, para el personal docente ha sido todo un desafío lidiar con estudiantes con un nivel de conocimientos en propiedad intelectual tan diferente de un caso a otro. Eso no quiere decir que los más doctos hayan sido siempre los que han destacado. “Hay estudiantes de sectores como la química y la matemática particularmente brillantes”, observa Carlos Mercuriali, que trabaja en un despacho de abogados y está escribiendo un libro sobre la P.I. e Internet.

“Yo oí hablar realmente de la P.I. hace menos de un año, cuando trabajaba en una firma farmacéutica”, dice Susan Bergin, que acaba de licenciarse en química medicinal por el Trinity College, de Irlanda. Al tomar conciencia de que, a falta de protección mediante el sistema de P.I., las empresas cuyas actividades dependen de la investigación, como la empresa para la que estuvo trabajando, no podrían permitirse el lujo de innovar, decidió que quería saber más sobre el tema. Haciendo búsquedas en Internet, se enteró de los cursos de la Escuela de Verano de la Academia de la OMPI, y acaba de ser admitida para cursar un máster en P.I.

Participó también en la Escuela Justine Cresswell, que ejerce la profesión de periodista en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), y que aportó así otra perspectiva que enriqueció al grupo, y observaciones sumamente constructivas. Justine quiere que los organizadores del curso tomen conciencia de la dificultad que ha supuesto para los participantes, algunos de los cuales no habían estado nunca en Europa, acostumbrarse a la vida diaria en una ciudad nueva y sumergirse totalmente en los estudios de la Escuela de Verano.

Alto nivel de exigencia

“Al haber comprimido el curso de seis a cuatro semanas, es verdad que exigimos mucho de los estudiantes”, observa Tshimanga Kongolo, Directora de la Sección de Formación Profesional de la Academia y encargada del curso de la Escuela de Verano. “Pero todos ellos han estado a la altura. Ha sido un grupo brillante, y los proyectos de investigación que han realizado son de muy alta calidad”, dice la Directora.

A su vez, y al hacerles entrega del certificado del curso, Mpazi Sinjela, Director de la Academia, invitó a los estudiantes a mantenerse en contacto con la OMPI y unos con otros: “Al llegar aquí erais 37 estudiantes por separado; hoy sois una red”, subrayó.

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